martes, 1 de noviembre de 2011

MUNDOS PARALELOS.




















Foto tomada por: 
Ricardo Plaza.


Y tomó su mano con fuerza mientras pensaba en lo inútiles que resultarían sus palabras en ese momento. En cualquier instante fugaz abriría sus ojos. 


En esa noche del mes de julio las nubes y el suelo parecían de pronto aliarse para propiciar aquel encuentro. En sus oídos retumbaba el murmullo del agua salpicando con necedad en todos lados. Se sintió entonces atrapada por una atmósfera sublime, tan deslumbrante y atractiva como la sensación misma, su mente, aletargada por el recuerdo inevitable se estremeció sin mas al escudriñar en  los  rincones del pensamiento. 


Se sintió hipnotizada por las  lucecillas pixeladas en el reflejo de la ventana empapada, un deleite de gotas tímidas parecían danzar al compás del sonido del viento que armonizaba  el choque vivaracho de las ramas, partículas de agua caían delicadamente hasta tocar la superficie y se unìan  en una comparsa de riachuelos que crecían durante el recorrido.


ahí estaba ella, en su pequeño cuarto, como todos los días al terminar la jornada, viendo por algunos minutos como el vapor de su aliento convertía en lienzo la trasparencia del cristal; dibujaba con sus dedos un cielo húmedo lleno de estrellas e imaginaba la inmensidad del espacio.
Cerró sus ojos para recrear el paisaje que tentaba a la exquisitez de sus sentidos y alcanzó a percibir una brisa ligera golpeando sus mejillas, respiro con fuerza sintiéndose tan viva que por un instante su ser se llenó de inexplicable calma. voló con sus recuerdos hasta aquel remembrado lugar, la sonrisa se mostro por algunos segundos y despuès su alma se inundo de nostalgia. 
Sin duda alguna se extrañaba a si misma, al mar y a aquel lugar donde las creaciones perfectas parecían perdurar en el tiempo.
Apagó la luz para ir a dormir, se acostó un poco más tarde que de costumbre e intentò conciliar el sueño una y otra vez bajo la oscuridad de ese aire desconocido; así le dijo adiós a otro día. 


Añoraba poder regresar ahí nuevamente pero tenía la esperanza ya extraviada. Habrían pasado por lo menos 4 años desde aquel día en el que le vio por primera vez, parecía llegar de viaje  porque tenía a su lado un equipaje de tamaño medio. Misteriosamente ahora no se acordaba de su rostro per en su memoria permanecía intacto y nítido el sonido de su voz; todo el tiempo tarareaba las mismas canciones y descubrì con el tiempo que era amante embrutecido del el sonido de un violin.


Ella apareció repentinamente frente a una puerta de madera que medía por lo menos el doble de su tamaño, en el costado derecho tenía un aldabón dorado que hacìa cierto juego con el color de su cabello. Sin explicación alguna empuñaba en la mano una llave antigua que encajaba perfectamente en la cerradura de aquel portón. Tenía 18 años cuando lo abrió, sin pensarlo dos veces empujò con fuerza  las pesadas piezas de madera, detrás de esa puerta un chorro de luz blanca que entraba por una  ventana con los vidrios medio rotos.


Él estaba sentado de espaldas sobre una silla, tenìa las piernas cruzadas y en el suelo su recordada maleta. Sin darse vuelta dijo con voz  animosa palabras de bienvenida y se expresó complacido por haber concluido su espera. Ella curiosa se acercó, y aunque nunca lo había visto antes, en su mente se mostraba detalladamente la historia escrita de la vida de aquel hombre.
Parecía que ella conocía incluso sus detalles  más secretos, parecía también que él la conocía con exactitud a ella como cuando se tiene un manual de instrucciones: extrañamente sabía su nombre y él, el de ella, los gustos y desagrados, los anhelos e ilusiones mutuos. Impresionada  más que él por la magia de aquel encuentro se dejó guiar por conversaciones repletas de temas sorprendentes. Así entre historia y charla fueron espectadores de la puesta del sol.


Anonadada por la belleza de los colores y de los sonidos se sintió tan a gusto que deseó permanecer en ese lugar con aquel hombre y sus extraños pareceres por el resto de su eternidad.
Así pasarían varias horas que se transformaban en días y probablemente en meses,  el tiempo lograba ser maleable de acuerdo a los requerimientos de la razón en los sueños. De un momento a otro se vieron envueltos por un fino abrigo de sentimientos idealizadores, en otro mundo y muy seguramente en otra dimensión. Recreaban aquello que lograba saturar la existencia de momentos inolvidables, y recorrían los pasillos escudriñando anécdotas caprichosas.
Como era de esperarse, abrió los ojos y despertó nuevamente en su cama a la mañana siguiente. Se encontraba ahora en una realidad distinta. Atónita, volvió después de un tiempo aparentemente largo, se enamoró de aquel ser que habitaba en lo más profundo de su consciencia pero tenìa el deseo vivo de encontrarle una vez más a la noche siguiente y durante el resto de sus noches.


Por más que deseaba con el corazón apasionado tropezar reiteradamente con ese sujeto, siempre conseguía aparecer en los mismos pasillos sin encontrar la puerta gigantesca de artístico aldabón y la cerradura compatible con la llave que cargaba junto a ella, una y otra vez caminaba hasta el cansancio transitando por los  pasadizos insípidos sin poder hallarle.
Pasaron los días y algún par de años, perdida en la absurda tontería de poder regresar al sueño perfecto. Alimentando las ansias irracionales de querer quedarse ahí. Tenía exactamente 21 años cuando inesperadamente esa misma noche  volvió a caer rendida bajo el arrullo de la lluvia, cerró los ojos y se encontró de nuevo ahí, tras esa puerta, atemorizada por no saber si se encontraba él en el interior de ese cuarto. Le escuchó entonces tararear como de costumbre con el alma rebosada en regocijo; serían las notas más hermosas  que jamás pudo escuchar, su voz encantadora seguía intacta. Entonces fue así como atravesó la puerta con las piernas temblorosas.


Esta vez lo vio sentado de frente con la maleta abierta de par en par, observaba montón de fotografías, momentos congelados, su vida y el tiempo en cuatro años. El seguía su rastro, retratando desde aquella ventana con vista a la realidad, sus alegrías y tristezas, sus días grises y aquellos en los que brillaba intensamente el sol.
Siempre estuvo ahí. Ahora era tarea de aquel hombre encontrarla en el mundo en el que ella habitaba, ese mundo paralelo en el que el tiempo es más difícil y los escenarios se cuadran de acuerdo a los deseos de un director que tal vez nadie conoce. Debía indagar por los corredores de ese lugar para encontrar aquella puerta que se abriría según la llave que llevase consigo. 


Mientras tanto, hasta el día en el que lograsen encontrarse para perpetuar sus sueños, esta vez hechos realidad, ella lo vería una noche de junio, cada cuatro años, para darle las coordenadas precisas de las puertas de su corazón.

UN CAFÉ


Foto tomada por: Cristian Castro.


Primera parte.

Eentendió de repente que el único oído prudente capaz de escuchar aquello que tenia por contar era el suyo, desprotegida entonces ante la incoherencia de sus pensamientos sintió aquellas ganas de contarle al mundo lo que jamás antes se había atrevido a decir.

Anheló por algún instante que el sentido auditivo de todos los que estaban cerca desapareciera  para así, poder gritar a viva voz un par de insolentes pensamientos; delirante de ansiedad estaba ese rostro tan fresco, incapaz de ocultar la inocencia que encerraban sus  ojos  de color negro profundo, aquella inquietante mirada lograba dejar al desnudo su espíritu por completo y exhibía un universo de vivos colores; era realmente placentero ver a la brisa coqueteando con su pelo para acariciar con sutileza sus pálidos hombros e indudablemente resultaba casi imposible no dejarse cautivar por el asombro que generaba el encanto de aquella sonrisa.

Vaya risos sublimes de excepcional libertad frecuentando aquel sitio donde las coincidencias parecían ser un pacto perfecto del destino con las almas, rustico lugar de aromas misteriosos y acogedores, carcelero de encuentros espontáneos y despedidas tardías, tenía incluso el poder de revivir historias lejanas, ni tan lejanas porque al final de cuentas resultaban siendo sólo recuerdos extraviados en lo más cercano de la conciencia, así parecía que sin conocer siquiera su nombre, sabía con exactitud dónde encontrarlo siempre.

Encontrarlo sin que ella misma se enterase de que lo estaba buscando, sólo para saber que estaba ahí, sin estarlo, tan lejos, pero ahí, y miraba de reojo, con astucia, y sonreía, y se quedaba, tomando un café,  hasta dos, incluso tres, ignorando el tiempo y al resto del día, luego se paraba de esa silla satisfecha por haberle visto y sonreía de nuevo sin estar consciente de ello.

No importaba el pasar de las horas, los recuerdos parecían envolverse en papel celofán, transparente y de colores para permanecer estáticos especialmente al momento de dormir, plenitud  perfecta de las almas que sueñan, escenario preciso de emociones intermitentes, se refugiaba en su memoria, aún en la realidad todavía, devolviendo como en una cinta de video los instantes capturados por su mente, una y otra vez y cuantas veces fuesen necesarias para observarle de nuevo, sonriendo como siempre.

Se había congelado la imagen de aquellos ojos en el viento de su hábil pero tormentosa retentiva, sin conocer siquiera la magnitud de lo que significaba perpetuarle  en las paredes de su pensamiento, parecía ser un títere de sus propios deseos e hipnotizada por el poder de esa mirada, disfrutaba un poco somnolienta, dibujando paso a paso los gestos de aquel personaje que se había clavado ya en la cumbre de la esperanza

Digamos que no pasaba de los 20 años escudados dentro de un baúl de secretos que guardaba lo que tal vez ya nadie tenía, misteriosa mujercita de habilidosas y dulces palabras, se había convertido en amante de los oleos y las notas de un saxofón viejo con brillo eterno, en su mochila de siempre del color azul del cielo, un cielo ridículo y maravilloso, guardaba entre otras cosas las envolturas de los dulces que jamás pudo comer, los papelitos se extraviaban  en el fondo y le hacían compañía al pequeño hombrecillo hecho en alambre de cobre, tan perfecto como la admiración por los talentos del artesano creador.

Esa figurita cargada de rutas y repleta de historias tenía una luz mágica y propia, no precisamente una luz brillante que atraía a las pupilas físicas sino una luz de energía extraordinaria, una luz que estremecía las sensibilidades del alma; tal vez por ser producto de hábiles manos, albergue de un mar de detalles sorprendentes y por que lograba causar efectos asombrosos, funcionaba como antídoto efectivo a  las tristezas de su corazón.

De la nada había renacido del el cobre hecho hilos para convertirse en artefacto de admirables cualidades, extraño y estéticamente armonioso, capaz de robar la atención de quienes lo observaran. De esa manera su pequeño hombrecillo era merecedor de gran éxtasis por conservar en su interior la majestuosidad que trae consigo lo simple que resulta hacer un alto para dejarse embelesar por  las pequeñas cosas de la vida.

Fue así como la serenidad de su espíritu comprendió que a pesar de los retos que debía superar y la dificultad absoluta que implica esquivar los obstáculos del camino, debía cultivarse como un roble, tan fuerte e inmune a las angustias y a los miedos.

Se hizo entonces diestra para observar el paisaje de la existencia a partir de sus maravillosas experiencias, como si visualizara el valle de la vida desde el edificio más alto sin jamás caer,  sabía cómo hacer sonreír a alguien sin mayor esfuerzo y su pasa tiempo favorito habría sido observar  amaneceres.