martes, 9 de abril de 2013


¡Carajo Cecilia!

Claro que me acuerdo Cecilia. Hay cosa que por más que uno quiera no se olvidan.
La gente envejece sin piedad y yo voy en el mismo costal. Unos por cierto se estancan con la mente y se quedan dando vuelticas como si estuvieran atollados en un hueco atestado de fango pesado.  

Pero el asunto de las dimensiones es complejo, uno puede ir para adelante o para atrás, para arriba o para donde quiera y sin embargo siempre se avanza. Uno siempre se encuentra de frente y se estrella con el embrollo de las decisiones y es ahí cuando uno quisiera un 50, 50 por lo menos o la llamada a un amigo o la ayudita del público. La realidad es otra. A uno solito le toca desenmarañarse  porque fue uno mismo el que enredó el cable.

De todas formas yo opté por llamarte, Cecilia. Solo por no dejar. Ahora me he sentido mejor porque por lo menos puedo contarte y compartir contigo este vaso con agua. Ya lo sé, Sería mejor tomar algo de té, de tinto o aguapanelita,  pero Cecilia, eso no cambiaría en nada, nada.

Hace mucho no tomo agua. Ellos me hacen creer que he perdido la conciencia porque nunca se me acaba el hambre. Aquí arriba solo hay grillos y yo también me los como. Lo que pasa Cecilia es que no dejan de cantar hasta después de tres o cuatro días de estar en mi panza y eso a la larga no me deja dormir por las noches.  

Uno puede mantenerse en vela hasta las ocho nada mas pero el sueño llega Cecilia y cuando llega lo apalea a uno y lo tira donde caiga. Ahí es donde empieza enserio el problema.

Como el sueño llega y me apalea y me derrumba Cecilia, pasa unas veces en la sala, otras en el pasillo. Cuando tengo suerte me aplasta aquí en este sofá, entonces uno por lo menos siente menos frio.  Cuando el sueño ya me tiene agarrada por el cuello se me van los ojos como para atrás y empiezo a mirar para adentro. Es ahí cuando los veo.

Claro que siento miedo Cecilia. Al principio no tanto. He disfrutado el revolotear de los bichos en mi panza. Pero ahora, ellos gritan, no te imaginas Cecilia como gritan y claro, yo los entiendo. Gritan como todos cuando ya quieren salir. La cuestión Cecilia es que pese a eso yo no quiero que se vayan, porque cuando tú te vayas Cecilia, no quedarán más que los bichos.

 A veces me duele y me duele tanto que me toca dar tumbos en el suelo para despistar a los grillos. Me toca dar tumbos porque así ellos se marean y se quedan quietos por algunos minutos. Yo aprovecho ese tiempito para pensar. 

No llama desde hace mucho, no llama porque no soporta el ruido, no lo soporta y piensa que he perdido la razón. Yo también entiendo, entiendo tanto como entiendo a los grillos, pero se ha marchado y los grillos aún permanecen dando vueltas en mi panza.

Cecilia, entenderías mejor si no fueras sorda. Pero me gusta que hayas venido. EL otro día vomité, y por mi boca se escaparon  tres. Ellos se escondieron pero yo busque todo el día y los encontré bajo la alfombra. Yo me sentí feliz y uno a uno volví a comerlos.

Ya lo sé Cecilia, no me mires con esa cara. Yo ya no puedo vivir sin ellos metidos ahí dentro de  mi panza. No es una cuestión de razón o de locura, cada uno encuentra su manera. Sé  que envejezco como todos en el mismo costal, y mientras unos pierden el tiempo yo lo acumulo y lo guardo, lo guardo y me como los grillos que están acá arriba.  

Tranquila Cecilia que  no es para siempre, la mente no es otra cosa más que un órgano blandito como el estómago solo que los grillos ya vienen adentro. ¡Carajo Cecilia!, ya lo sé, ya se que no soportaré tanto bicho en la cabeza y en la panza. Un día explotaré como una chicharra por tanto escándalo.